viernes, 25 de enero de 2008

Doce

La televisión multiplica la realidad. Hace apenas unas horas daba cumplida cuenta de ese tránsito frenético que nos conduce al Año Nuevo. Para tan singular evento cada cadena había apostado a sus mejores fichajes en Zaragoza o frente al reloj de la Puerta del Sol.
Tal despliegue mediático me preocupó; no podía augurar nada bueno: quizá este año –me dije- casca el reloj o se acaba el mundo. Por un momento creí que el bueno de Boris se iba a descolgar con alguna revelación, que Antonio Garrido nos desvelaría su verdadera identidad, que Patricia Conde nos diría que unos científicos de Seattle habían descubierto que eran catorce y no doce las uvas que debíamos engullir.
Pero nada pasó. Mira que zapeé y zapeé pero el 2007 acabó como el 2006. Sin pena ni gloria. En éste como en otros casos, el medio es el mensaje. La Última noche del año, las cadenas opositan: pasan una reválida de fidelidad. Seguro que cruzaron los dedos pensando en el share de esos instantes.
Prepárense; dentro de nada comenzará la guerra de cifras.

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